Héctor y yo nos conocimos hace unos años en un gran lugar: un concierto de los Beach Boys. Quedo con él en una plaza tan fantástica como la del Conde de Barajas para hablar de su Madrid, que tiene un punto canalla y de huida, debido a su trabajo.
-En tu caso, aunque puedas parecer madrileño de pura cepa, no eres de aquí…
-Yo puedo parecer de muchos lugares: hay gente que se cree que soy madrileño y hay otros que se creen que soy catalán, no me digas por qué, pero me gusta estar en esa ambigüedad. Yo soy de Salamanca ciudad, no del barrio, pero ya llevo aquí 10 años de seguido y casi 13 de manera intermitente.
-¿Y cómo te da por empezar a venir a Madrid?
-Empecé poco a poco porque no me fiaba de haber ganado El Club de la Comedia y de que ello me diese estabilidad en Madrid y entonces tomé ciertas precauciones, aunque en aquellos tiempos locos no había autovía y me jugué la vida más de una vez en coche, con nieblas y demás por la zona de Peñaranda.
-El otro día hablando con Miguel me contaba que en Segovia siempre han tenido más cerca a Madrid que a Valladolid porque a la segunda no tenían autovía…
-En Salamanca el problema era que literalmente no había autovía a ninguna parte; la primera fue a finales de los 90 y precisamente a Valladolid y algo después de la capitalidad cultural llegó la autovía a Madrid. Ahora llegará el tren rápido en pocos meses, que dicen que en hora y media estaremos en Madrid; cualquier mejora a las casi tres horas actuales es bienvenida. Yo me vine a Madrid con prevención y teniendo mucha suerte; cuando surgió el programa de Fuentes y empecé a ser guionista decidí instalarme.
-¿Dónde te instalaste en Madrid?
-Calle La Palma, número 5.
-Te apetecía algo tranquilo, vamos.
-Malasaña de entonces molaba mucho. Yo me instalé en un primer piso justo enfrente del Penta, imagínate. El piso por suerte estaba muy bien aislado y además a la calle daba el salón y no la habitación, estaba muy bien pensado. Ahí vivía con dos italianos amigos de una amiga mía que alquilaban una habitación: dos tipos majísimos, una experiencia fascinante. Allí estuve dos años.
-Dos años divertidos.
-Muy divertidos. Yo venía de Salamanca, de trabajar siete años en la hostelería salmantina, en los que fui camarero, pincha, encargado… de todo. Venía muy entrenado, digamos.
-Y llegaste a Malasaña en un momento en el que empezaba a cambiar Malasaña tras la muerte de Enrique Urquijo.
-Es justo esa época, Urquijo se murió poco antes de llegar yo. Malasaña ya apuntaba a modernez sin llegar a ser el postureo actual, estaba en ese punto bonito de la transición: pasaba de ser un barrio un poco delicado de noche en algunas zonas a lo que es hoy en día, que se ha ‘chuequizado’ totalmente y que ya ni recuerda a aquel sempiterno yonki cojo pidiendo dinero.
-Y entonces, de ahí te mudas.
-En aquel momento me mudé con mi pareja a un ático pequeño en la calle Mediodía Chica, en la Latina hacia la calle del Águila. Nos fuimos a La Latina, tal y como se espera de alguien que trabaja en el mundo del espectáculo. Aunque también diré que La Latina no era el botellón que es ahora: me acuerdo cuando nos mudamos, en torno a 2005, cuando en las fiestas de la Paloma se sacaban las barras a la calle. Recuerdo que algún bar como el Typical Spanish sacaba a la virgen rollo drag queen, y todo aquello duraba hasta las tres de la mañana, cada uno con su música, hasta que llegó Gallardón y se acabó la fiesta.
-El hecho de ver a la gente dándolo todo un Domingo a altas horas en La Latina es precisamente algo que te llama normalmente la atención si eres primerizo en Madrid.
-Cuando llegas a la edad en la que es más divertido salir de día que de noche te das cuenta que La Latina se ha ido un poco de las manos: es un macrobotellón de gente que no ha parado la fiesta y ya a uno le sale el señor mayor que lleva dentro y que le dice «¡guarro!» al pasar al lado.
–Virginia, como vecina de La Latina, me contaba que huía del barrio cuando las fiestas y que realmente cuando disfrutaba de sus calles era entre semana.
-Sí, es el efecto de las Fallas o de los sanfermines, pero entre semana es precioso: todas esas calles en las que no hay nadie te trasladan a un pueblo entre semana; de repente te encuentras una puerta preciosa o la Torre de los Lujanes y te das cuenta que esto es una maravilla.
-Y entonces, qué pasó con tu relación con La Latina.
-Pues seguí en La Latina hasta que se terminó aquella relación, pasé una etapa entre Madrid y Salamanca y ya luego volví definitivamente a Madrid y me instalé en la casa donde vivo hoy en día, en el barrio de Palacio.
-Algo totalmente distinto a La Latina, claro. Aquí quedan lugares que apenas han cambiado como El Kinze de Cuchilleros.
-Justo ahí tienen una foto mía, de cuando éramos jóvenes. De hecho Rafa el dueño es mi vecino de escalera: imagínate el show con él de tesorero y yo de vicepresidente de la comunidad de vecinos. Es una peluquería fantástica que ha mantenido unos precios razonables.
-No vives realmente en una ciudad hasta que no te encuentras a gusto en una peluquería.
-Correcto. Rafa es un tío que lleva 50 años cortando el pelo pero va renovando a los empleados y así también mantiene al día el estilo y las modas: el año pasado tenían un cartel en la puerta con la foto de Bale y el mensaje «hacemos el corte de pelo de Bale». Es un sitio espectacular y ellos son una gente increíble.
-Viviendo aquí tenemos que hablar si me permites del mercado de San Miguel.
-El subidón de turisteo que ha traído el mercado es increíble, vayas a la hora que vayas. Para mí es evidente una cierta barcelonización del centro de Madrid: las tiendas de souvenirs, las despedidas de soltera, grupos muy grandes de turistas, esta nueva normativa de terrazas… . Me parece fascinante la idea de que a veces en las terrazas casi ni llegas a ver el bar.
-¿Se nota el efecto de La Latina aquí los domingos?
-No, aquí no llegan (risas). En esta plaza los domingos siempre hay pintores exponiendo por lo que ocupan muy bien el espacio dejando el botellón en La Latina; es una plaza muy desconocida para la gente aunque por la mañana cada vez veo más y más grupos de turistas. Hay una hora muy bonita de Madrid que son las diez de la mañana cuando la gente aún se saluda como en un pueblo y yo al pasear a la perra saludo a Rouco al cruzarme. Eso solo se da hasta el mediodía, a partir de ahí ya no se saluda ni dios.
-Pero parece que precisamente esta zona va resistiendo a la barcelonización…
-Bueno, cada vez ves más y más franquicias con cañas a medio euro y cubos de cerveza. Hay algo terrible por aquí que es el puente de Diciembre: toda España viene a Madrid, a ver qué hay. Me fascina el fenómeno de las pelucas de la Plaza Mayor, en mi primer año en Madrid no daba crédito, me parecía brutal ver a una familia donde el abuelo con 80 años y Bob Esponja en la cabeza le preguntaba de la manera más normal del mundo al hijo notario con una peluca de Tina Turner dónde ir a tomar el chocolate con churros. Lo que sucede en el puente de Diciembre en torno a la Plaza Mayor es la vanguardia llevada al extremo.
-¿Te ha tirado algún mito Madrid?
-Yo tenía a Madrid mitificado, porque si te dedicas a esto es como que tienes que vivir en Madrid.
-Algo muy de Jabois y su libro.
-Ese libro es fantástico. Pues sí, tenía Madrid muy idealizado porque soy un niño de La Movida que se ha criado con «La Bola de Cristal» y demás, mitificas todo. Te das cuenta de que al final el Penta tampoco es para tanto. Además, yo tenía mitificado a Madrid porque soy muy sabinero y venir a vivir aquí es ir hacia eso y pensar en Madrid como una ciudad donde hagas lo que hagas la gente te mira normal. Creo que en los últimos años la ciudad se ha convertido en la punta de lanza del nacionalismo español y al final eso me ha molestado un poco porque creo que Madrid nunca ha sido excluyente sino lo contrario: nadie es de Madrid, la magia era salir un Domingo y terminar a las siete de la tarde con diez personas de diez sitios distintos que no conocías y con los que ya has entablado cierta amistad. Ahora hay un cierto resurgir como del turismo interior, de banderita española que viene a visitar la Plaza de Oriente y cosas que aún siguen ahí para reafirmar su españolidad en Madrid. Yo me quedo con una campaña de publicidad muy bonita que se hizo hace unos años que decía «si vienes a Madrid eres de Madrid», creo que ése es el espíritu.
-Pero parece que si no estás en Madrid hoy en día no estás.
-Es contraproducente, porque gracias a Internet podríamos trabajar desde casa en casi cualquier cosa. Yo vivo en Madrid pero igual prefiero que me tiren desde el viaducto de la calle Segovia antes que ir a eso que llaman «un evento», no hago esa vida social de alguien que se espera que va a estar en los sitios para que le vean. Como decía Eugenio D’Ors: «en Madrid un jueves a las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan».
-Pero pasa que Madrid está muy bien comunicado.
-Claro, en mi caso concreto, que me paso sobre 180 noches al año fuera de casa, Madrid es esencial: estás en Valencia en hora y media, estás en menos de tres horas en Barcelona…y éso desde Salamanca es complicado. Madrid es muy buena vía de escape, todo desemboca aquí.
-Madrid como ciudad a la que venir a huír.
-Exacto: Madrid tiene una vía de escape fantástica, salvo por mar. Aunque ahora con el tren de alta velocidad puedes decir eso de «voy a Valencia a comer una paella y a las siete de la tarde me vuelvo para cenar en casa como un señor».
-¿Y cómo llevas el tema de tener perro en Madrid?
-Bien, porque me ha tocado una perra muy tranquila, una galga que es de las que rompen esa leyenda según la cual son perros que necesitan correr: duerme 14 horas al día, no suelta pelo y vive genial en un apartamento. Madrid no es la peor ciudad para un perro, han puesto muchas papeleras con bolsitas lo que nos ha llevado a algo tan fascinante como que hay gente que recoge el excremento pero deja la bolsita. En España hace quince años era impensable que la gente recogiese excrementos de los perros, es fascinante.
-Con Micaela hablaba del tema de entrar a algunos bares en Madrid, que era algo complicado si ibas con perro en alguna ocasión.
-Sí, pero se van abriendo: en este bar por ejemplo tienen agua para que beban los perros de los clientes. Cada vez somos más europeos en este tema y solo nos queda el tema del transporte si van con bozal y atados; en Portugal o Italia se pueden llevar perros y aquí no. Madrid, en contra de lo que parece, tiene muchas zonas verdes donde puedes pasear a tu perro: aquí cerca tengo el parque del Oeste, Madrid Río, el Retiro a veinte minutos… no hay queja.
-¿Qué es lo que más te ha sorprendido de Madrid?
-Me sorprendió mucho que viviendo en Malasaña, en La Latina y en Palacio, siempre he encontrado un ambiente mucho más cercano y de pueblo que en Salamanca.
-En Madrid en dos días el camarero ya es amigo y te pone ‘lo de siempre’.
-Exacto. Aquí a los dos días saludas al frutero, al camarero de la terraza, al peluquero y demás. Viene uno con la idea de gran ciudad y capital europea, que lo es, pero se encuentra con una vida de barrio y del ‘bar de abajo’. En mi caso, por ejemplo, me ha pasado más de una vez dejarme la moto cinco horas por la mañana en la calle Mayor, enfrente del mercado de San Miguel, con las llaves puestas y encontrarme que no han tocado ni el casco. Es algo increíble, a Madrid vienes con otra idea.
-En Madrid la gente va a su bola.
-Esto es tremendo. Recuerdo mis primeras navidades en Madrid, recorriendo la calle Preciados, donde veías a la gente pidiendo dinero sin piernas, te choca mucho frente a esa mendicidad de provincias de toda la vida. Luego en Madrid como que te terminas haciendo una cierta coraza.